viernes, 19 de junio de 2015
El paciente impaciente o el desespero en la sala de urgencias
Hay de todo en las urgencias de una clínica. Se juntan los enfermos con los solitarios, los viejos con los jóvenes, los moribundos con los que quisieran morir y los desengaños con la soledad. No hay nada más desesperante que la muerte que no llega y las enfermeras gordas que pasan y pasan.
No importa la hora, siempre habrá un enfermo que atender. Con gripa, fracturado, con un virus o una infección, siempre aparecerá la víctima para someterla a tortuosas horas de espera en las que desespera hasta el más sano. El que llega enfermo se mejora y el que llega sano se enferma. Así se completa el círculo.
Los viejos salen más jóvenes y los jóvenes salen más viejos. Periódicos leídos regados y café malo. Empanadas de ayer y hojaldres enfermos. Mujeres que limpian el piso, enfermas por verlo brillante. Vigilantes sin qué vigilar y digiturnos proactivos. Todos enfermos por el trabajo.
Las urgencias no son importantes y lo importante no es urgente. Víctimas del software, de la prioridad y de la no muerte. Así como el que quiere crédito debe demostrar que no lo necesita, el que se enferma debe demostrar que ya está muerto para que lo atiendan.
... y hay de todo en las urgencias de una clínica...
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Y los dos corrían de un lado al otro, heridos después del combate. Trayendo la rabia en sus pies, anhelando otro alboroto.
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Como pudo sacó fuerzas y agarró la bicicleta. Llovía. La carretera estaba empantanada y el trayecto iba a ser largo. No había de otra. Pedal...
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Y no alcanza el tiempo, Y se va campante al segundo,

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